viernes, 7 de noviembre de 2003

EX MATADOR

"Salas vuelve a lesionarse". Puede ser un titular de hoy, de ayer, de hace dos meses o dos años, una noticia que a pesar de la inversión espiritual de todo un pueblo empieza a figurar penosamente en la página de los epitafios.

Chilenos y chilenas, y gente de la farándula, ha llegado el momento en que tenemos que plantearnos como adultos un tema serio e impostergable que nos convoca como nación: el ocaso de un ídolo. Salas, otrora embajador de nuestros sueños, está viviendo un doloroso proceso de extinción como estrella del fútbol en el que, además de lamentarnos por su inmediata ausencia, debemos estar a su lado para hacer menos difícil el duro momento que atraviesa. Al Matador hay que hacerle sentir que no está solo, que fuimos felices mientras duró y que si algo le queda lo aceptaremos como un regalo tardío de los dioses, pero sería inhumano presionarlo y dejar que se presione a sí mismo con la esperanza de que sea otra vez el de antes.

Hay que dejar en paz al Matador, al de Wembley y de Burdeos. En su lugar, en cambio, podemos aprovechar a Marcelo Salas, un proyecto de jugador útil -como otros en carpeta- cuando vuelva de sus lesiones.

Quizás la naturaleza taimada y levantisca de nuestros caciques, ya expuesta en la traumática porfía de Iván Zamorano frente a la decadencia de sus últimos años, impida una transición limpia y razonable hacia el luto definitivo, porque está claro que Salas se va a resistir y reclamará territorios legítimamente adquiridos en el pasado, pero no hay que renunciar a la empresa principalmente porque los grandes beneficiados serán el mismo Salas, que jugará más tranquilo en lo sucesivo, junto a Juvenal Olmos y Manuel Pellegrini, aliviados al no tener que asegurarle una camiseta de titular a un jugador que ya no es indiscutido. La Selección, el Nuevo Camarín y la entereza emocional del fútbol chileno no aguantarían una nueva institucionalidad despótica, revanchista y furiosa, como ocurrió con el liderazgo terminal de Zamorano, sus vetos y sus pataletas.

Aunque hay cierta arbitrariedad y eventual chaquetería en esto de andar extendiéndoles certificados de defunción a los vivos -la práctica forense requiere de algunos exámenes post mortem para validar sus conlusiones- lo mejor es dejar de creer de una buena vez en las resurreciones milagrosas y los voluntarismos. En un futbolista de elite, un galáctico según las teorías en boga, las piernas ejecutan al detalle las genialidades que salen de la cabeza, pero no se puede hacer nada cuando la cabeza está en otra parte y las piernas están enfermas de estrés. La sincronía entre músculo y mente es el corazón del jugador de fútbol y cuando deja de latir no puede pasar mucho tiempo antes de intentar la reanimación; después, aunque vuelva a la vida, sólo habrá atrofia y disfunción donde antes había belleza.

Ante esto no hay declaración, ni grito de rebeldía, que evite lo obvio. Hay que dejar en paz al Matador, al de Wembley y de Burdeos. En su lugar, en cambio, podemos aprovechar a Marcelo Salas, un proyecto de jugador útil -como otros que hay en carpeta- cuando vuelva de sus lesiones.



(Fuente: Lun)

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